Rosita Galán, matrona por 66 pesetas
«Ahora se abusa de las cesáreas, durante 47 años cotizando a la seguridad social ayudé a nacer a miles de niños y sólo participé en diez operaciones», asegura la comadrona castrillonense
Rosina Galán en su casa de Piedras Blancas simulando el gesto que más veces hizo durant e su carrera profesional como matrona de la comarca avilesina. reproducción de Ricardo Solís
Piedras Blancas, Myriam MANCISIDOR
María Rosa Galán Fernández, «Rosita», acaba de cumplir ochenta años y cuatro meses. Alardea de mente lúcida y corazón fuerte. Más de la mitad de su vida transcurrió de casa en casa, de parto en parto. Durante 47 años cotizó a la Seguridad Social como matrona y hoy se siente orgullosa de haber ayudado a nacer a «miles de niños» de la comarca avilesina. Con apenas diecinueve primaveras terminó sus estudios en Valladolid, realizó prácticas en Oviedo y, hasta los veintitrés, se formó en la Gota de Leche de Gijón «sin cobrar ni un duro». Ya con la edad legal para trabajar, Rosita Galán inauguró con la ayuda de su padre un consultorio en la casa familiar de Piedras Blancas. Trabajaba con su hermano, Pepín el practicante. «No fue un capricho, entonces no había centros de salud», reconoce.
Pero Rosita Galán, inquieta y vital, adoraba a los bebés. «Entonces no había muchas matronas, las que ayudaban a nacer a los niños en los pueblos eran mujeres atrevidas», sentencia. Esta castrillonense llevó la ciencia a las parturientas. Algunos meses llegó a atender más de treinta y cinco nacimientos y, en ocasiones, se le acumulaban los partos en el mismo día. Las madres clamaban por Rosita con cada contracción. Y ella siempre respondía. Nacer en sus manos costaba entonces 66 pesetas. Luego, el precio ascendió. «En la comarca éramos tres matronas, una andaluza, otra que estaba en Arnao pero que generalmente trabajaba como practicante en Asturiana de Zinc y yo», asegura. Rosita Galán ayudó a nacer a payos y a gitanos, en cualquier lugar y con los medios que había en cada hogar. Ni uno más.
«Por aquella época no había coches así que empecé a trabajar yendo a cada casa en bicicleta. Luego compré una moto, una «Lube», y así me desplazaba. En otras ocasiones cogía taxis», dice esta mujer, que más o menos calculaba la fecha de nacimiento de los bebés gracias a las cartillas maternales que recibían las futuras parturientas al quedarse encintas. «Pero cuando llegaba el momento me llamaban a cualquier hora del día y tenía que ir contra viento o mareo a Pillarno, Las Bárzanas... incluso a Soto del Barco o Muros de Nalón», manifiesta esta matrona que con el paso de los años ejerció también en el consultorio de Llano Ponte de Avilés.
Ya en los domicilios de las parturientas, Rosita Galán reconocía a las mujeres. «Si era primeriza y tardaba mucho en dilatar me iba y volvía a las horas, pero una vez en faena lo hacía todo: cortaba, cosía... También tuve veces de quedarme a dormir en casas y más de una vez tuve que pelear contra las pulgas de aquellos camastros de posguerra», cuenta. En casi medio siglo vio nacer a cientos de niños y sólo participó en diez cesáreas. «Ahora se abusa de esta práctica», dice esta mujer, que llegó a utilizar los fórceps (instrumento médico semejante a una tenaza que sirve para sacar al feto) sobre la mesa de una cocina. En este caso, con la ayuda de un médico. «Los hervíamos en una pota, se anestesiaba un poco a la mujer y con aquel aparato rudimentario se ayudaba al niño a venir al mundo», asegura.
Las parturientas estaban en todo momento arropadas por sus familias, más incluso que hoy en día en los hospitales. «Al acto (parto) no entraban porque daba repelús pero la fiesta estaba en la cocina. Allí se reunía la familia con los amigos, los vecinos...», destaca Rosita Galán, que acumula tantas anécdotas como años de servicio a las mamás.
«En una ocasión le robé una sábana a mi madre para hacer la "entremetida", eran otros tiempos. Entonces ni siguiera había cuñas para orinar en la cama, a los críos los atendía durante los cuatro días siguientes al parto hasta que se les caía el cordón umbilical y a las madres hasta que les secaban los puntos», manifiesta Rosita Galán, que en sus años como profesional únicamente vio nacer a cuatro niños muertos. «Más que muertos lo que ocurría por aquel entonces era que muchos morían a los pocos días del parto», subraya.
«La incubadora que se utilizaba en los años más pobres era una manta...», suspira. Rosita Galán reconoce que tuvo «dos sustos»: uno, en Pulide, cuando acudió a un parto a una casa incomunicada por carretera. Otro atragantón fue con una parturienta diabética. «En casos difíciles llamaba al médico. Entonces se guardaban mucho las distancias, a los facultativos se les trataba de usted aunque fuéramos compañeros», añade. Rosita Galán también vio nacer a niños acéfalos (sin parte de la cabeza), con labio leporino... Pero lo que más le enorgullece hoy en día es que por la calle le saluden hombres y mujeres que trajo al mundo. «Mi novio (luego esposo) se llamaba Pedro así que hay en la comarca muchísimos Pedros y muchísimas Rosas por nosotros», dice. Y sonríe.
A Rosita Galán le vienen a la cabeza anécdotas de hombres con una copichuela de más que esperaban el nacimiento de sus retoños más nerviosos que otra cosa. «Otra vez había unos niños viendo dar a luz a su madre, que traía gemelos, y un crío dijo: ¡está cagando rapacinos!», recalca. «En otra ocasión nació un niño con seis dedos y la madre se puso a llorar como una loca: el bebé era fruto de una infidelidad y el padre biológico también tenía un dedo de más en una mano», matiza. Rosita Galán también ríe cuando recuerda paritorios hechos con contraventanas o el nacimiento de niños de ilegales portugueses. «Aunque de la impresión de dura soy muy sentimental», dice. Y apunta: «Por cierto, también asistí partos con velas. Esto ahora está de moda, pero entonces se hacía porque en las casas no había luz».
Rosita Galán podría estar horas relatando sus años como matrona en la comarca avilesina. Pero ahora es además de madre, abuela. Sus nietos ocupan a día de hoy su tiempo y vive pendiente del reloj de los pequeños. «Cosas de la vida, perdí cuatro hijos porque también estuve mucho tiempo haciendo placas en Llano Ponte y por aquel entonces no se tomaban las mismas medidas de seguridad que ahora. Al final Gloria Villanueva nos reemplazó a mí y a Isabel Iglesias Bobes cuando quedamos embarazadas», asegura esta mujer que tardó once años en quedarse encinta. De su matrimonio con Pedro Ricardo Pérez de la Noval nacieron Pedro José y María Rosa, tal vez su mejores partos tras una vida ayudando a los niños de la comarca a nacer como valiente profesional.